El Molino Bartolo.
El siguiente relato, como el fácil
deducir, no es fruto de la propia experiencia, en la forma en que lo fue el
relato de la primera parte, sino el recuerdo hilvanado de comentarios
ocasionales, conversaciones oídas al calor de la lumbre posteriores a los
hechos acaecidos y más tarde, al relato de mi padre, involuntario y obligado
testigo de parte de los sucesos que se desarrollaron una noche de luna llena en
el Molino llamado de Bartolo, en un escondido y abrupto rincón al sureste del
termino municipal de Paracuellos de la
Vega.
Como recuerdan los
más viejos del lugar, y algunos que no lo son tanto por relato de sus padres,
en aquellos años de mediada la década de los 50 no era infrecuente y por
todos sabido y callado, o como mucho,
comentado en voz baja en las largas veladas de invierno, mientras se
desgranaban las panochas de panizo o se cortaban y troceaban las coles,
remolachas o patacas con que alimentar al ganado recluido en las tainas (o
tinadas, dicho en fino) por las largas y copiosas nevadas de aquellos años…
vamos para atrás, que el abuelo se enrolla como las persianas.
Decía que no era
infrecuente que las gentes del pueblo, en su ir y venir por el campo con su par
de mulas, labrando un cachujo de tierra o acarreando una carga de leña, viesen
por alguna trocha del monte o al trasponer el recodo de un camino, las siempre
precavidas y huidizas figuras de alguno o algunos de aquellos hombres, antaño
opositores políticos o militares del Régimen de Franco y hogaño meros y angustiados
supervivientes, echados al monte, de lo que fue, o quiso ser, un movimiento de guerrillas integrado por
antiguos miembros de la CNT
y de otros grupos de izquierdas fieles a la República y contrarios,
por tanto al Alzamiento Nacional.
Eran personas de los
pueblos próximos que un día tuvieron alguna relación con el movimiento Maquis
(“maquisards” franceses), que se organizó en el sur de Francia durante la Segunda Guerra Mundial,
formados por huidos y exiliados de la Guerra
Civil Española con la ilusión ánimo y esperanza de, mediante
la guerra de guerrillas que otrora tan buenos resultados diese a los españoles,
desestabilizar al Régimen y propiciar la vuelta de la República y la Democracia. O
solamente familiares que huían del acoso y presión de la Guardia Civil para que
delatasen a los huidos.
Estos Maquis no
suponían ningún peligro real para los campesinos de los términos por los que se
movían, ni mantenían contacto habitual con los mismos, salvo en las contadas
ocasiones en que se acercaban a los caseríos aislados en el campo en demanda
de provisiones de subsistencia o de
cualquier producto de lo poco que ofrecían aquellas tierras a sus pobres
trabajadores. Y cuando se hacía mención a ellos era con una mezcla de temor
ante los desconocidos y admiración y respeto hacia los valientes “echados al
monte”.
Recurrían estos en
algunas ocasiones a los servicios, bien de grado o con cierto contenido de
amenaza y coacción, de caseros aislados
en molinos o casas de campo para que les comprasen productos necesarios, tabaco
o ropa, que ellos mismos no podrían comprar, al no poder acercarse a los
núcleos de población por temor al apresamiento por la Guardia Civil , que lógicamente
tendría vigiladas tiendas y tabernas por ser posibles puntos de abastecimiento.
Y este parece que
era el caso del Molinero del Molino Bartolo, quien, no supe nunca si de grado o
por fuerza, servía de correo, enlace y suministrador de los tres Maquis que se
escondían por aquellos lares. Así como, a veces de refugio en los días más
crudos del invierno.
Al tiempo la Guardia Civil tuvo conocimiento
de esta relación y urdió un plan para atrapar a los Maquis que por allí
quedaban.
Sobre el techo de
la única estancia del molino, a la vez cocina, comedor y zona de estar, se
encontraba un altillo o cámara al que se tenía acceso solamente por una
trampilla disimulada entre los revoltones del techo, justo sobre la única mesa
de la estancia, y con la sola comunicación con el exterior de un ventanuco que
servía de respiradero, abierto al aire del monte para que el frió y el aire
ayudasen a curar los cuatro derivados de la matazón del pobre cochino que
proveía de carne la olla del molinero.
El plan era sencillo
e ingenioso. En lo alto del altillo esperaría la pareja de la Guardia Civil la llegada de los
Maquis cuando fuesen a recoger el condumio que el molinero les hubiese comprado
en la tienda de Heraclio, la única del pueblo.
Cuando estuviesen
dentro, el molinero, con la excusa de buscar leña para la lumbre, saldría de la
casa, atrancando la puerta por fuera, momento que aprovecharían los civiles
para abrir la trampilla y sorprender y apresar a los maquis. Sencillo.
Y así, en los días
en que el molinero subía al pueblo a comprar suministros, una pareja de números
de la Benemérita
se apostaba en el altillo esperando el anochecer y la llegada de los maquis.
No fueron pocas las
noches que los guardias pasaron en el molino esperando la llegada de los
fugitivos, pero con pobres resultados, ya que si bien nunca dejaron de pasar a
recoger sus encargos, siempre entraba en el molino uno solo de los maquis,
esperando los otros dos, desconfiados, a una prudente distancia de seguridad,
no atreviéndose los guardias a apresar a uno dejando escapar a los otros.
Pensando en como
reunir a los tres maquis en el molino
alguien cayó en la cuenta de que
unos días más tarde era el cumpleaños de la mujer del molinero y que este
subiría al pueblo, como hacía un par de veces al mes, para comprar en la tienda
y algo un poco más apetitoso para celebrar el cumpleaños de la mujer. Y de
paso, algún “cuarterón” de tabaco para sus forzosos inquilinos.
Y casualmente era
una noche de luna llena que, si los nubarrones no la ocultaban, proporcionaría
claridad suficiente para desenvolverse en el campo. Entonces no se había
inventado la “contaminación lumínica” y cualquiera podía ver en las noches de
luna llena casi como en pleno día. Y si no, que le pregunten a los cazadores
“maduritos” por los buenos momentos para hacer una espera a las liebres.
Antes del atardecer
ya estaban los guardias apostados en el altillo del molino, esperando nerviosos
la llegada de los guerrilleros.
Y, efectivamente,
al oscurecer llegó uno de ellos a recoger el suministro, quedándose los otros
en la linde del monte, como siempre.
- ¿Y los compañeros? Preguntó el molinero.
- Por ahí.
Respondió el maquis.
- Es que hoy es el
cumpleaños de la parienta y ha preparado un conejo con pisto y unas chullas de
jamón, y me he traído de la tienda dos cuartillos de vino. Pa celebrarlo. Poca
cosa es, pero lo ha hecho con agrado.
- No se…. Dudó el
buen hombre.
- No, si lo ha
hecho con gusto, pero que se temía que le hicierais el feo. Que lo entiende.
Aunque tampoco será mucho rato, y la noche está buena para andar por el monte.
- Espera.
Y volvió donde
estaban sus compañeros que, tras unos momentos de indecisión, se decidieron a
acudir al molino.
Entraron, dejaron
los fusiles que llevaban apoyados en la pared, al alcance de la mano, o
colgados en el respaldo de la silla de anea.
Así, entre bocado y
trago, fueron dando cuenta del magro convite hasta que, cerca de terminar, el
molinero, mirando la lumbre que empezaba a menguar, se levantó, diciendo
- Voy por una brazá de leña…
Algo raro debía
flotar en el ambiente, o en la mirada del molinero, porque uno de ellos, el que
parecía llevar la voz cantante, dijo
-Que vaya la mujer…
Y mientras esta salía a la puerta, como al descuido, agarró
el fusil.
La mujer salió, pero
sin tiempo para cerrar la puerta.
Arriba los guardias
contenían a duras penas la respiración, temiendo delatarse y echar a perder
todo el plan.
A partir de este
momento todo ocurre con extraordinaria rapidez y confusión. Los guardias, al
contarlo, no lo tienen tampoco demasiado claro. Lo cierto es que en un mismo momento
se abrió la trampilla, con los Civiles asomando sus “naranjeros” al grito de
-¡Alto a la Guardia Civil !
-¡Nos has
traicionado! Gritó el maquis dirigiendo su fusil al molinero, que salvó su vida
de milagro al agacharse a coger un hacha de mano que había dejado, como al
descuido, cerca de la mesa, aunque no sin resultar herido por el disparo.
El que disparó salvó
de un salto la distancia hasta la puerta, mientras los guardias disparaban
desde el altillo, alcanzando a uno de ellos, que quedó malherido en el suelo.
El molinero, antes
de que el otro maquis pudiese dispararle, alcanzó a lanzar un hachazo que
alcanzó a este causándole una herida en la cabeza que no le impidió salir
huyendo.
Cuando bajaron los
Civiles encontraron al molinero, con una herida en el hombro izquierdo, y al
maquis, caído en el suelo, herido de gravedad.
De los otros dos, ni
rastro de momento.
Estábamos ya
acostados cuando llamaron a la puerta de casa, preguntando por el Practicante.
Era otro Guardia Civil, que dijo a mi padre que cogiese material para curar a
dos personas, y se lo llevaron con ellos.
Volvió clareando el
día, sin contar que había pasado ni adonde había ido.
- Cosa de la Guardia
Civil. Contestó a la mirada interrogatorio de mi madre.
Algunas noches,
junto a la lumbre donde se asaban unas patatas y algún chorizo, el Sr. Martín,
el Civil, desgranó algunos detalles de lo que acabo de contar.
Al Maquis malherido
lo llevaron, creo que a Cuenca, porque ni ellos mismos sabían que había sido de
él.
Al día siguiente,
junto al río, más arriba del Molino, encontraron rastros de sangre y unos
trapos ensangrentados, de curarse el maquis que había herido el molinero.
Parece ser que,
siguiendo estos rastros, unos días más tarde localizaron, cercaron y redujeron
a los dos maquis en una cueva oculta tras unas matas en un paraje que llamaban
el Cerro del Águila.
Al parecer, uno de
ellos se encontraba enfermo, con fuerte fiebre por la herida de la cabeza, y el
otro se entregó, con la condición de que atendiesen a su compañero.
De ellos, como de
otros tantos en esa época, no se tienen más noticias.
Así lo recuerdo y así
lo he contado. No se si realmente ocurrió tal cual, pero salvando la posible
inexactitud de los detalles, esta es la historia de los extraños sucesos del
Molino Bartolo.
Poco después, el
molino quedó abandonado y el destacamento de la Guardia Civil de Paracuellos
volvió a su Cuartel, en Campillo de Altobuey.
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ResponderEliminarEl maqui que quedó mal herido era Luis Montero que contaba 16 años cuando fue hecho prisionero y pocos días después ejecutado en el monte por la aplicación de la "ley de fugas" Su hermana (Remedios Montero "Celia") contaba la angustia que pasaron ella y su el padre de ambos esperándolo en el campamento esa noche fatídica:
ResponderEliminar"A los tres o cuatro meses de estar allí mataron a mi hermano de 16 años. Iba a cambiarse a otro campamento y pidieron comida a un grupo de apoyo. Estaba vendido y en lugar de salir el grupo de apoyo salieron los guardias civiles vestidos de paisano y según estaba metiendo la comida en el macuto, le empezaron a dar hachazos. El otro tiró el fusil y salió corriendo al campamento pero a mi hermano pobre, que era nuevo y no conocía nada, le cogieron y allí le terminaron de fusilar. Siempre recordaré que llegó este otro compañero al campamento y esperamos hasta media noche por si por casualidad venía, y mi padre el pobre que todavía vivía, siempre lo tengo en el oído diciendo:"¡ay! mi hijo, mi hijo". Y su hijo no llegó, lo mataron. Y al año de estar allí mataron a mi padre también. Ya era el tercer muerto de la familia. Le mataron porque en un camino tropezaron con la Guardia Civil y le dispararon."